Hubo un tiempo que creía que gastando lo que ganaba con tanto sacrificio era un regalo que me hacía y por esa razón, siempre me justificaba diciendo:
“Lo hago para ayudar, porque necesito, porque debo cambiar tal o cual cosa, porque está de oferta, porque ya está viejo, porque está de moda, porque me gusta, porque me lo merezco, etc.”
Debido a ello hasta pagué cosas para mi trabajo con mi tarjeta de crédito, que mis jefes nunca se enteraron y las razones no acabarían y en ocasiones mucho de lo que compraba acababa en algún rincón de la casa sin ningún uso.
Como consecuencia de esto llegó la lección que me hizo pensar que el dinero es un bien para usarlo con mucho cuidado y responsabilidad.
Finalmente, un buen día desperté de ese hechizo y descubrí que ese martilleo constante en mi cabeza por gastar, era causado por mi ego quien me exigía y no se cansaba cada día de pedirme más y más, al punto de confundir la bondad con el consumismo.
Entendí que debo pagar en efectivo, evitar las deudas, y que no solo debo gastar pensando en satisfacer mi ego y tampoco ser una simple consumista irresponsable en el mundo, sino más bien debo ser una consumista responsable que recicla, reúsa y moviliza a mantener un mundo más armonioso.
Puede que aún me falte mucho que aprender, pero estoy mucho mejor que antes, porque tengo lo necesario; y si tengo poco, no necesito mucho.